El próximo mes, se espera que las concentraciones atmosféricas de CO₂ alcancen las 429,6 partes por millón (ppm), un nivel que no se ha registrado en más de dos millones de años. Esta cifra puede parecer abstracta, pero es una advertencia clara: el mundo se está alejando del objetivo climático de 1,5 °C establecido en el Acuerdo de París, y las consecuencias ya se están sintiendo en toda Sudamérica. No es solo un hito científico: es una señal de que los sistemas que sustentan la vida, la agricultura y la cultura en nuestra región están bajo una presión sin precedentes.
El promedio anual previsto para 2025 es de 426,6 ppm, lo que representa un aumento de 2,26 ppm respecto a 2024. Esto sigue a un salto récord de 3,58 ppm en 2024 —el mayor registrado desde que comenzaron las mediciones modernas en 1958—. Para ponerlo en perspectiva, los niveles de CO₂ han aumentado un 52 % desde la era preindustrial (280 ppm en 1850). Cada ppm adicional atrapa suficiente calor como para alterar los patrones climáticos, intensificar las sequías y amenazar la seguridad alimentaria de millones de personas.
Estas cifras no son solo estadísticas para la comunidad científica: se traducen en olas de calor más intensas, lluvias impredecibles y riesgos cada vez mayores para todas las personas, desde familias urbanas hasta productores rurales. El aumento constante del CO₂ es una prueba contundente de que la crisis climática no es una amenaza futura: es una realidad presente que se acelera.
¿Por qué aumenta el CO₂ tan rápidamente?
Combustibles fósiles: el motor implacable
A pesar del impulso global hacia las energías renovables, los combustibles fósiles siguen siendo la base de las economías energéticas y de exportación en Sudamérica. El petróleo, el gas y el carbón todavía abastecen el 82 % de la economía mundial. En 2024, las emisiones globales de combustibles fósiles alcanzaron los 41,6 mil millones de toneladas, frente a los 40,6 mil millones de 2023. En la práctica, esto significa que cada pozo nuevo perforado o cada planta de carbón que se mantiene operativa representa una decisión con consecuencias climáticas para generaciones futuras.
Las presiones económicas son reales: empleos, ingresos fiscales y desarrollo dependen a menudo de estas industrias. Sin embargo, el costo de la inacción es cada vez mayor: apagones más frecuentes, escasez de agua y crisis sanitarias vinculadas a la contaminación y al calor extremo.
Los bosques no pueden seguir el ritmo
Los bosques de Sudamérica —especialmente los vastos ecosistemas tropicales y subtropicales— han sido históricamente un amortiguador climático, absorbiendo CO₂ y estabilizando el clima. Pero esta defensa natural se está debilitando. El fenómeno de El Niño 2023–2024 redujo en un 30 % la capacidad de absorción de carbono de la Amazonía, y en algunas zonas, la deforestación y los incendios han transformado los bosques de sumideros en emisores de carbono. Solo en 2023, los incendios forestales liberaron 7.300 millones de toneladas de CO₂ a nivel global, con importantes aportes de los biomas amazónico y del Cerrado. En Brasil, los incendios arrasaron con 1,5 millones de hectáreas de bosque en 2024, destruyendo hábitats y afectando la calidad del aire para millones de personas. Cuando se pierde un bosque, también se pierden medios de vida, conocimientos tradicionales y la resiliencia de comunidades enteras.
Un bucle climático quebrado
El sistema climático está interconectado de formas que solo se hacen visibles cuando comienzan a fallar. A medida que las temperaturas aumentan, el permafrost de los Andes y la Patagonia comienza a descongelarse, liberando metano —un gas de efecto invernadero 80 veces más potente que el CO₂ en un plazo de 20 años—. Al mismo tiempo, la acidificación de los océanos Pacífico y Atlántico está debilitando pesquerías fundamentales para la seguridad alimentaria y económica de millones. Estos bucles de retroalimentación, antes teóricos, ahora están acelerando la crisis más allá de los escenarios más pesimistas.
Sudamérica en la primera línea
El costo humano del clima extremo
Los impactos del aumento del CO₂ ya no son proyecciones abstractas: están ocurriendo en tiempo real. En 2024, el Chaco argentino alcanzó los 48 °C, colapsando redes eléctricas y provocando golpes de calor mortales entre poblaciones vulnerables. En Colombia, lluvias récord desplazaron a 200.000 personas y destruyeron cultivos clave para las economías locales. La Organización Meteorológica Mundial advierte que 2025 probablemente se ubicará entre los tres años más calurosos de la historia, con sequías intensificadas en la cuenca amazónica. Comunidades indígenas como los Yanomami en Brasil reportan alteraciones sin precedentes en sus ciclos agrícolas ancestrales, amenazando su seguridad alimentaria.
La biodiversidad bajo asedio
Sudamérica alberga una de las mayores biodiversidades del planeta, pero esta riqueza natural está en peligro. Los Andes han perdido el 42 % de su hielo glaciar desde 1990, comprometiendo el suministro de agua para 40 millones de personas. En la Amazonía, especies emblemáticas como la nutria gigante y el águila harpía enfrentan la extinción debido a la pérdida de hábitat. Se estima que el 10 % de las especies amazónicas podrían desaparecer para 2030 si no se frena la deforestación. Para las comunidades indígenas y rurales, estas pérdidas son personales: erosionan identidades culturales y modos de vida tradicionales. Proteger la biodiversidad no es solo preservar la fauna: es salvaguardar las bases del bienestar humano.
El mito del 1,5 °c: por qué las políticas actuales no alcanzan
La brecha entre las promesas climáticas y las acciones reales no deja de crecer. El IPCC estima que, para estabilizar los niveles de CO₂, el aumento anual no debe superar los 1,8 ppm hacia 2030. Sin embargo, el incremento de 2,26 ppm previsto para 2025 indica que estamos yendo en la dirección contraria. Ni siquiera un cambio a condiciones de La Niña —que mejora la capacidad de absorción de carbono— será suficiente para revertir la tendencia.
El profesor Richard Betts del Met Office advierte: “Detener el calentamiento global requiere frenar por completo la acumulación de gases de efecto invernadero, y luego reducirla.” Aunque muchos países sudamericanos han fijado metas ambiciosas, la implementación se retrasa por obstáculos políticos, económicos y sociales. La demora, la falta de financiamiento y las prioridades en competencia permiten que las emisiones sigan aumentando. La ventana de oportunidad se está cerrando.
Soluciones poco visibilizadas con gran potencial
Fortalecer la gobernanza indígena
Una de las formas más efectivas de proteger los bosques y almacenar carbono es garantizar los derechos territoriales de los pueblos indígenas. Los territorios indígenas en la Amazonía almacenan el 34 % del carbono regional y registran tasas de deforestación tres veces más bajas que las tierras no indígenas. El Parque Indígena del Xingú, gestionado por 16 pueblos en Brasil, ha preservado 2,8 millones de hectáreas de selva frente al avance del agronegocio. Reconocer y reforzar el liderazgo indígena no es solo un acto justo: es una solución climática práctica y comprobada.
Restaurar tierras degradadas
La restauración de bosques y pastizales degradados es una poderosa herramienta para capturar CO₂ y reconstruir la resiliencia ecológica. Si se rehabilitaran, estos ecosistemas podrían capturar hasta 6.500 millones de toneladas de CO₂ al año —equivalente a eliminar todas las emisiones de EE. UU.—. Proyectos que reintroducen especies nativas, restauran humedales y reconectan hábitats fragmentados pueden transformar paisajes y economías. Estas acciones también crean empleos, fomentan el turismo y abren nuevas oportunidades para las comunidades rurales.
Abordar las emisiones de metano
Aunque el CO₂ acapara la atención, el metano es un potente impulsor del calentamiento en el corto plazo. Las emisiones de metano provenientes de operaciones petroleras, gasíferas y ganaderas representan el 30 % del calentamiento global. En Argentina y el mundo, los avances en sensores y monitoreo de satelites permiten detectar y reparar fugas con mayor rapidez. Cambios recientes en políticas públicas alientan a las empresas a adoptar estándares más rigurosos de mantenimiento y transparencia, mientras que iniciativas internacionales fomentan la cooperación y el intercambio de buenas prácticas. Con innovación, regulación y responsabilidad empresarial, Argentina puede reducir significativamente sus emisiones de metano, generando beneficios climáticos inmediatos y ganando tiempo valioso mientras se trabaja para reducir el CO₂.
Más allá de los lemas de “carbono neutro”
Los niveles récord de CO₂ previstos para 2025 son una señal de alerta. Sudamérica tiene una oportunidad única de liderar con el ejemplo, aprovechando sus recursos naturales, diversidad cultural y capacidad de innovación. Esto implica ir más allá del cambio incremental y adoptar políticas audaces: eliminar gradualmente la expansión de los combustibles fósiles, ampliar los canjes de deuda por naturaleza y exigir justicia climática a los mayores emisores del planeta. También requiere invertir en educación, investigación y soluciones lideradas por las comunidades que puedan adaptarse y escalarse en todo el continente.
Carlos Montero, fundador de Árbol y Tierra, creía que la lucha por la estabilidad climática trasciende fronteras y políticas. Hoy, con los niveles de CO₂ en aumento, su visión cobra más relevancia que nunca. Las decisiones que tomemos hoy —sobre energía, territorio y comunidad— definirán el futuro de Sudamérica y del planeta. Las soluciones están al alcance; solo se necesita coraje, colaboración y voluntad de actuar antes de que sea demasiado tarde.
En Árbol y Tierra estamos comprometidos con este movimiento y con trabajar junto a aliados en toda la región para transformar el conocimiento en acción. El momento de actuar es ahora.