Mientras la Amazonía suele ocupar los titulares, otro bosque vasto y vital está desapareciendo en silencio. El Gran Chaco —que se extiende por Argentina, Paraguay, Bolivia y Brasil— es el segundo bosque más grande de Sudamérica y uno de los ecosistemas secos más importantes del mundo. Alberga más de 3.400 especies de plantas y 500 especies de aves, desempeñando un papel clave en la estabilidad climática regional y el sostenimiento de los sistemas agrícolas. Sin embargo, está desapareciendo a un ritmo alarmante: entre 2001 y 2023 se perdieron 13 millones de hectáreas, un área equivalente al tamaño de Grecia.
A pesar de su importancia ecológica, el Gran Chaco enfrenta una de las tasas de deforestación más altas a nivel global. Esta crisis es impulsada por la expansión agrícola sin control, la débil gobernanza y las presiones del mercado internacional, factores que amenazan con llevar a este bioma único más allá de un punto de no retorno.
La máquina de la deforestación: soja, ganadería y gobernanza débil
La crisis de deforestación del Gran Chaco está impulsada principalmente por la producción de soja. Doce grandes comercializadoras globales de soja —conocidas como el “Dodecálogo de la Deforestación”— controlan casi el 90 % de las exportaciones de soja de la región. Sus operaciones están detrás de la conversión masiva de bosques nativos en terrenos agrícolas para cultivar soja transgénica adaptada a suelos áridos. Solo en Argentina, en 2024 se desmontaron 149.649 hectáreas de bosque chaqueño para la agricultura.
Esta demanda no es solo local, sino global. La soja producida en el Chaco se exporta principalmente para alimentar ganado en Europa y Asia, lo que vincula directamente la deforestación con los patrones de consumo internacionales. La magnitud de esta conversión libera enormes cantidades de carbono: entre 2010 y 2019, se emitieron 277 millones de toneladas de CO₂, contribuyendo significativamente al cambio climático.
La ganadería es otro motor importante, especialmente en Paraguay y Bolivia. A diferencia de la Amazonía, donde el ganado suele preceder a los cultivos de soja, en el Chaco la soja reemplaza directamente los bosques nativos. Este cambio tiene consecuencias devastadoras para la salud del suelo y los ciclos hídricos, además de acelerar las emisiones. La expansión de pasturas ganaderas también ha provocado una degradación generalizada del suelo y una mayor vulnerabilidad frente a las sequías.
La débil gobernanza agrava aún más la situación. La Ley de Bosques Nativos de Argentina, sancionada en 2007, fue diseñada para proteger los bosques mediante la zonificación del territorio en áreas de conservación (“rojo”), uso sostenible (“amarillo”) o desarrollo (“verde”). Sin embargo, los gobiernos provinciales a menudo reclasifican áreas protegidas para permitir la expansión agrícola. Las multas por desmontes ilegales son tan bajas —entre 50 y 200 dólares por hectárea— que no disuaden a los deforestadores. Esta falta de aplicación efectiva de la ley genera un ciclo en el que las grandes agroempresas aprovechan vacíos normativos, mientras las autoridades locales priorizan beneficios económicos a corto plazo sobre la salud ecológica a largo plazo.
Impactos: disrupción climática y pérdida de biodiversidad
Las consecuencias de la deforestación en el Gran Chaco son profundas y de gran alcance. La deforestación representa el 4 % de las emisiones totales de gases de efecto invernadero de Argentina, socavando los esfuerzos para alcanzar los objetivos climáticos nacionales. Las sequías prolongadas y las olas de calor, intensificadas por el cambio climático, superan regularmente los 48 °C, devastando cultivos y fuentes de agua en toda la región. El Gran Chaco alberga especies emblemáticas como el jaguar, el armadillo gigante y el quebracho, todas amenazadas por la pérdida de hábitat. Científicos advierten que, si continúan las tendencias actuales, hasta un 10 % de las especies del Chaco podrían desaparecer para 2030.
A medida que los ecosistemas se degradan, la productividad agrícola disminuye debido a la erosión del suelo y la escasez hídrica. Los agricultores enfrentan desafíos crecientes, ya que el clima extremo interrumpe los ciclos de siembra y reduce los rendimientos. El futuro económico de la región está cada vez más vinculado a su salud ambiental, lo que eleva las apuestas para las comunidades rurales y las economías nacionales.
Soluciones emergentes: equilibrar desarrollo y conservación
A pesar de estos desafíos, en toda la región están surgiendo enfoques innovadores que ofrecen esperanza para un desarrollo sostenible. Las prácticas agrícolas regenerativas están demostrando ser eficaces para restaurar tierras degradadas sin comprometer la viabilidad económica. En Paraguay, el silvopastoreo —que integra árboles en sistemas ganaderos— ha reducido en un 30 % las emisiones de metano en fincas piloto, al tiempo que mejora la salud del suelo. En Bolivia, proyectos de agroforestería también muestran resultados prometedores al combinar producción agrícola con preservación forestal.
También están tomando forma innovaciones en políticas públicas. Un marco Pan-Chaco propuesto busca armonizar las políticas de uso del suelo entre Argentina, Paraguay, Bolivia y Brasil, mejorando los mecanismos de control mediante sistemas como MapBiomas. Los canjes de deuda por naturaleza están ganando terreno como vía para redirigir recursos financieros hacia la conservación, con Paraguay explorando acuerdos inspirados en la exitosa iniciativa de Galápagos en Ecuador.
Desde el punto de vista económico, la región comienza a verlos beneficios de las alternativas sostenibles. Argentina y Paraguay proveen actualmente el 15 % de las exportaciones certificadas bajo el programa de Ganadería Sostenible de la Mesa Global para la Carne de Vacuno, demostrando que la ganadería amigable con el ambiente es viable. El ecoturismo también ofrece un gran potencial para diversificar las economías locales. En los humedales del Iberá, los esfuerzos de rewilding —incluida la reintroducción del jaguar— han incrementado los ingresos turísticos en un 200%, generando empleo y fortaleciendo la conservación.
Obstáculos: ¿qué está frenando al chaco?
Aunque estas soluciones ofrecen esperanza, los desafíos persisten. La inestabilidad institucional y los frecuentes cambios de política, particularmente en Argentina, dificultan la implementación efectiva, generando incertidumbre para las iniciativas de conservación. El Gran Chaco recibe menos del 1% del financiamiento global para conservación, muy por debajo de regiones de alto perfil como la Amazonía. Mientras tanto, la demanda mundial de soja continúa impulsando deforestación ilegales, a pesar de las promesas corporativas de sostenibilidad. Estos retos evidencian la necesidad de marcos de gobernanza más sólidos que prioricen la salud ecológica a largo plazo por sobre las ganancias inmediatas.
Adaptar soluciones para un futuro sostenible
El Gran Chaco está en una encrucijada. Su futuro dependerá de la capacidad de gobiernos, empresas y comunidades para colaborar en la búsqueda de un equilibrio entre desarrollo y conservación. Las empresas deben rendir cuentas mediante cadenas de suministro transparentes que eliminen productos vinculados a la deforestación ilegal. Los gobiernos deben hacer cumplir rigurosamente las leyes existentes y avanzar hacia marcos transfronterizos como la iniciativa Pan-Chaco. La inversión debe dirigirse a proyectos de agricultura regenerativa que restauren tierras degradadas y apoyen las economías locales.
¿Un modelo en construcción?
La historia del Gran Chaco no es solo una de pérdida, sino también de posibilidades. Proyectos como Corazón Verde en Paraguay —que combina conservación forestal, monitoreo de biodiversidad y generación de empleo— demuestran lo que es posible cuando la innovación se une a la colaboración.
Como dijo Carlos Montero, fundador de Árbol y Tierra:
“Los árboles que dan vida a la Argentina no reconocen nuestras limitaciones. Nuestros esfuerzos para salvarlos tampoco deberían hacerlo.”
Si Sudamérica logra escalar estas soluciones de manera eficaz, el Gran Chaco tiene el potencial de sobrevivir y convertirse en un modelo global de desarrollo sostenible.
El momento de actuar es ahora.